Todos tenemos 24 horas al día para invertir y aprovechar. Unos obtienen mejores resultados que otros porque cada uno parte de unos recursos diferentes. Pero todos pueden hacer algo durante el día.
Si dibujamos dos relojes, uno para representar el día y otro para la noche, podemos distribuir las horas en las actividades que realizamos habitualmente. Es un ejercicio que nos hace recordar la parábola de los talentos. El que recibió un talento lo guardó por no perderlo y el resultado fue nefasto. Acabó siendo condenado en el infierno. La vida nos es dada. Pero la vida no nos pertenece sino que es prestada y tenemos que usarla para lo que fue creada: para aprender a amar.
Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas; y a tu prójimos como a ti mismo. Ama a tu enemigo, o si no serás como los malvados que saben amar a los suyos sólo. Haz una distinción entre los que temen a Dios y le obedecen y los que no. Que se note que has sido sellado con el Espíritu de Dios: Ama, ama, ama, soporta; porque el Amor con mayúsculas nunca deja de ser. Hay amabilidad en el Amor, hay cordura, sensatez, brillo, bondad...El Amor te hace pensar en el bien.
Todos todas en cualquier lugar podemos llevar ese Gran Amor de Dios cuando hacemos bien las cosas, cuando amamos, servimos y lo hacemos con alegría: en el colegio, en el parque, en casa, en cualquier lugar. Somos piedras vivas que están siendo puestas en un edificio enorme que es la Iglesia y que es el sitio donde Dios quiere habitar. Si vas a ser parte de la Iglesia es porque estás atento/a a lo que Dios enseña: Le harás caso cuando te pide que le abras la puerta de tu corazón porque Él sólo quiere hacer bien. Y aunque sufras y tengas que tomar tu cruz, esa es la mejor decisión que podrás tomar en la vida.
Pablo se topó con Jesucristo resucitado y eso le cambió la vida. Lee Gálatas y verás cómo inició su vida secreta con Dios y con qué personas empezó a hablar y con qué seguridad advertía de conductas equivocadas a otros, buscando lo mejor para el Reino de Dios, porque se había convertido en un edificador de la Iglesia.
¡Bendiciones!
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