domingo, 2 de junio de 2019

¿A quién quieres engañar?


¡Esaú prefería lentejas!
Esaú despreció la bendición de su abuelo Abraham y de su padre Isaac.
Este importante llamado a formar parte de la familia del Amigo de Dios, no le importó al principio pero luego le hizo llorar muchas lágrimas, sin poderlo ya remediar.


Jacob hizo todo lo que pudo por recibir la bendición.
¿A QUIÉN PRETENDES ENGAÑAR?

La historia de Jacob me tenía siempre confundida. ¡Cómo se le ocurre vestirse con piel de cordero para engañar a su padre! ¡Cómo se atreve a hacerse pasar por su hermano de esa forma! y, sobre todo, ¿por qué Dios le tiene estima después de todo ese teatro?
La historia empieza con Esaú, su hermano gemelo, cuando le pide un plato de lentejas. Jacob es muy astuto y aprovecha para pedirle a cambio los derechos de la primogenitura (una porción doble de la herencia familiar).
A todos nos ocurre que siempre deseamos la mejor parte del pastel, ¿o no?
Pero después de haber recibido de palabra la bendición por parte de su padre Isaac, Jacob tiene que huir de casa por temor a que su hermano lo mate.
¡Vaya bendición tener que estar huyendo de alguien de tu familia aunque tengas el derecho a la mejor parte de las ganancias! A mí no me parece lo mejor.
Sólo cuando Jacob decide volver a encontrarse con su hermano, transcurridos muchos años, es cuando acontece la transformación de Jacob. Jacob tiene un encuentro con Dios y reconoce su incapacidad para resolver su problema. Es entonces cuando está en condición de recibir un milagro: Dios le cambia por completo. A partir de entonces Jacob -cuyo significado es “usurpador” “engañador” o “mentiroso”- se convierte en Israel, porque Dios le cambió el nombre. El arrepentimiento hizo que dejara de ser el que se hace pasar por otro para empezar a ser él mismo con la ayuda de Dios.
Israel quedó cojo, pero ahora tenía a Dios en su vida de modo diferente. Antes lo tenía para pedirle bendiciones, pero ahora lo tenía como su Padre Celestial porque se había convertido en su hijo.

No es suficiente parecer un cordero.
No es suficiente con anhelar ser el deseado del padre.
No es suficiente con hacer algo bueno que te muestre aprobado ante los demás.
Ser cristiano no es ser una buena persona.
Puedes tener muchas cosas y creer que has prosperado porque Dios está contigo, pero eso no significa que eres hijo de Dios.
Puede que Dios te esté llamando, pero eso no significa que ya eres suyo.
Puede que estés hablando a Dios, pero eso no significa que seas parte de la Iglesia.
¿Crees que puedes engañar a Dios?
¿Qué te importa más?: Si quieres seguir siendo el primero en todo, ganar a la fuerza, que los demás se sometan a ti, si no te importa que el otro se fastidie, si prefieres que otro se vaya para quedar tú en paz, si tú sigues siendo el centro de tu vida… es que todavía no has entendido qué es ser un ser que ha nacido del Espíritu.
El que ha nacido del Espíritu de Dios, es una nueva criatura engendrada por Dios mismo en el momento en que ha creído a Dios.
Creer a Dios sólo es posible cuando hay una necesidad profunda que te hace clamar a Dios con la voz de ¡socorro, auxilio!
Dios responde al ser que se humilla ante él y le suplica la salvación de esa situación adversa. Se trata de una situación que sólo se puede resolver con la ayuda de Dios. Pero no se vence sólo por pedir a Dios.
La victoria llega cuando te rindes de verdad con todo tu ser ante el Creador. Cuando reconoces tu pequeñez y muestras que no eres digno de recibir tal bendición porque eres pecador, entonces, estás en condición de recibir la misericordia de Dios.
Es así, con un arrepentimiento genuino por haber estado ignorando a Dios, cuando empiezas a acercarte a Dios y Él te puede convertir en parte suya.
Desde entonces ya no serás la misma persona.

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