lunes, 25 de febrero de 2019

El entorno en que aparece el cristianismo.


Un poquito de Historia:                                                                                             El entorno greco – romano en el que apareció el cristianismo:


            Cuando los territorios eran adheridos al Imperio Romano, solían conservar sus prácticas religiosas porque eran respetadas. Los conceptos que caracterizaban esas religiones contaban con ideas acerca del universo, del pecado, de los castigos y recompensas. Algunos de estos pensamientos, naturalmente, tienen que ver con la religión universal, de la más remota antigüedad. Casi todos aceptaban la existencia de uno o más poderes que son eternos y dominan el destino humano; estos debían ser adorados o aplacados mediante la oración o sacrificios. La tierra era el centro del Universo y los astros, incluido el sol, y los planetas estaban alrededor de la Tierra. Arriba estaba el cielo y la morada de los espíritus y abajo los impíos. Cada acontecimiento natural era gobernado por las potencias invisibles arbitrariamente; también podían afectar las acciones de los seres humanos. Por tanto, las manifestaciones religiosas tenían lugar para mejorar las relaciones con esas potencias invisibles de modo que les favorecieran.



En cuanto a la población más ilustrada, encontramos que se dejaba influenciar por los filósofos griegos. Al comienzo el pensamiento griego giraba en torno a lo físico, pero en su observación llegaron a considerar la Razón como parte de lo puramente físico: Según Heráclito de Éfeso, las almas de los seres humanos estarían en ese nivel de Razón (= fuego). El universo está en constante flujo gracias a ese elemento que lo llena todo, el fuego o Razón.  (490 a. C.). Es Anaxágoras de Atenas, (alrededor del 500 a. C.) quien sugiere la existencia de una mente independiente de la materia que la que la ordena. Los pitagóricos sostienen que los espíritus son inmateriales y sólo los espíritus caídos están aprisionados en cuerpos materiales (llegaron a esta conclusión a través de la observación de los números, que son verdades permanentes que existen independientemente de la materia).

Sócrates (470 – 399 a. C.) piensa que es más importante el estudio del hombre que el del universo, en especial la conducta del hombre, la moral. La acción recta se basa en el conocimiento y da lugar a 4 virtudes: Prudencia, valor, dominio propio y justicia. Identifica la virtud con el conocimiento.

Platón (427 – 347 a. C.), discípulo de Sócrates, se da cuenta de que es imposible llegar al verdadero conocimiento por medio de las formas pasajeras del mundo visible. Sólo es posible alcanzar ese conocimiento mediante las ideas, mediante la Razón, ideas universales formadas por patrones universales invariables, y no por los sentidos. Dice que el alma conoció esas ideas en una existencia anterior. El alma existe antes de estar en el cuerpo y no le afecta su estancia en la materia porque es independiente del cuerpo. La inmortalidad del alma influyó mucho en el pensamiento griego y contrasta con la doctrina hebrea de la resurrección. Para Platón no todas las ideas son tan importantes, las superiores son la verdad, la belleza y el bien. El reino de las ideas es el verdadero hogar del alma. La salvación es la recuperación de la visión del bien y la belleza eternos.

Aristóteles (381 -322 a. C.) no puede distinguir entre ideas y fenómenos porque para él lo real es lo visible. Las ideas no pueden existir antes, porque existen en la materia y son las que le dan forma.  Aristóteles es un científico. Para él existe un principio, un primer motor que es Dios y procede con un propósito inteligente, del cual parten todas las cosas, que son eternas. Pero no sólo Dios es el principio, también es el fin del desarrollo del mundo. El hombre pertenece al mundo de las substancias, pero además de cuerpo y alma, posee el Logos que comparte con Dios y es eterno. El fin para el ser humano es encontrar la felicidad, el bienestar, a través del deseo.

Estos antiguos filósofos griegos habían considerado al ser humano a la luz de su valor para el Estado. Pero en cuanto aparece Alejandro Magno (que murió en el 323 a. C.) cambia la manera de contemplar el concepto del hombre. A partir de este momento había que reinterpretar la filosofía fijando el objetivo en la individualidad del ser humano. Es decir, cómo puede el ser humano realizarse a sí mismo de forma plena. Ante esta preocupación surgen dos pensamientos: Epicureísmo y el estoicismo.

Epicuro (342 – 270 a. C.) enseñaba que la meta del hombre era la felicidad mental, consistiendo en la ausencia de perturbación y de molestia, siendo este estado perfecto cuando es pasivo. Los temores infundados hay que eliminarlos. Sostiene que los dioses existen pero que no gobiernan y que todo se rige por puro azar. Para él todo es material y se acaba con la muerte. Esta idea conduce a la religión de la indiferencia y desencadenó una conducta puramente sensual y destructiva.

Es estoicismo se desarrolló en Atenas alrededor del 280 - 264 a.C. pero tuvo más influencia en Roma con Séneca (3 a. C. – 65 d. C.), Epicteto (60 d. C.) y Marco Aurelio (121- 180 d. C.),  también se notaba en Tarso, la ciudad del apóstol Pablo. Se trataba de una ética basada en el materialismo: Todo es físico, pero hay diferencias entre esos entes físicos, siendo más elevado el nivel del espíritu que la materia en sí. La fuente de todo es el calor vital, del cual se ha desarrollado todo por diferentes grados de tensión. El alma inteligente y consciente de todo, el Logos,  es Dios, la vida y sabiduría de todo. Está en nosotros y por eso podemos seguir a un Dios interior que está en nosotros, que somos linaje suyo. La Sabiduría está en todo, así que hay una ley natural que es una regla de conducta para todos. Todos son moralmente libres. Seguir esa Razón es el deber supremo: Esa es la única meta de nuestra actividad. La felicidad no es un fin justo, aunque el deber cumplido produce felicidad. Los enemigos de la obediencia son las pasiones y la concupiscencia porque pervierten el juicio. Dios (la Ley natural) inspira las buenas acciones.

En general, el pensamiento en el entorno del Imperio Romano en la época de Cristo, se inclinaba al panteísmo monoteísta, al concepto de un Dios bueno, en contraste con las antiguas divinidades griegas y romanas, a la creencia en el gobierno de una divina providencia, a la idea de una verdadera religión, no llena de ceremonias, sino en la imitación de las cualidades morales de Dios.

El cristianismo introduce la revelación y la personalidad de un Dios que se presenta en medio de la humanidad.

En medio de la gente no instruida sin embargo, hallamos superstición, cada pueblo tenía su dios y su patrón o señor, para cada uno de los acontecimientos de la vida. Los hechiceros y los magos podían hacer negocio entre ellos. Persistían en celebrar cultos religiosos para evitar venganzas de parte de los dioses. Y las personas cultas no combatían estas prácticas porque pensaban que era una forma de controlar a la población. Algunos emperadores utilizaban estos cultos y los transformaban intentando darles un estilo patriótico, el culto iba dirigido al gobernante como personificación del Estado.

Pero la gran mayoría de los que sentían anhelos religiosos puros adoptaban las religiones orientales, sobre todo aquellas que ofrecían la redención, llenas de misticismo y sacramentos. Durante los tres primeros siglos de nuestra era se profundiza en el sentimiento religioso en todo el imperio. Estas religiones son: el judaísmo, el culto a Cibeles y Attis (de Asia Menor), Isis y Serapis (de Egipto) y Mitra (de Persia); también una mezcla sincrética de estas religiones con las que se encontraban ya en cada una de las regiones del imperio. Todas ellas enseñaban a un dios redentor y que los iniciados compartían experiencias con el dios en cuestión, morían con él, resucitaban con él y compartían su naturaleza divina por medio de una comida simbólica, y participaban de su inmortalidad. Había ritos de iniciación y se ofrecía la purificación del pecado.

Está claro que el tiempo había llegado y todo estaba preparado para recibir la revelación de Cristo.

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